Hace poco que terminaron los infames “Sanfermines”, este año especialmente sangrientos, y digo “especialmente” por que ¿cuándo no lo son?, aun que no hubiera un solo corredor herido, al final del encierro, cada día de la fiesta, seis seres inocentes, en clara desventaja, son humillados, torturados y finalmente ejecutados públicamente ante las ovaciones del “respetable”.
Hace algunos años, cuando yo era mas joven y vivía en mi país natal, me gustaba la fiesta bárbara… ups, perdón, brava; lo confieso, una o dos veces al año iba a la plaza de toros a corear “oles” al verdugo de turno, para después llenarme el cogote con tapas y tequila en un tablado cercano a la Plaza Monumental de México. Mi inconciencia y la distancia que había entre el ruedo y las graderías donde acostumbrábamos sentarnos, servían para edulcorar la tragedia que sonriente y eufórico presenciaba. Hasta que llego el fatídico día en que adquirimos entradas del segundo tendido, cercano a la barrera y pude mirar en primer plano los borbotones de sangre que emanaban de la carne del toro, de su boca y de sus fosas nasales, mientras salían de su garganta quejidos desgarradores de agonía, y todo esto al final del segundo tercio, después de que un viejo gordo, montado en un caballo con lo ojos vendados, le propinara sendas lanzadas en el lomo, hasta que el “valiente matador” le indicase que ya era suficiente, que el toro estaba “a punto”. Posteriormente, el “diestro”, que mas bien era torpón, ejecutó (nunca mejor dicho) la “suerte de matar”, después de cuatro estocadas fallidas, finalmente pidió el “descabello” que es una espada con la punta mas afilada para asesinar al toro precisamente descabellándolo. Sentí la garganta irritada, pero ahora no era por los “oles” o las risas, era ese nudo que se te pone en el cogote cuando estas a punto de llorar, el corazón me iba a mil por hora, pero no era por la emoción y la euforia, ahora era por la indignación que estaba experimentando. Y es que ver los toros desde la gradería, es como verlos por la tele, dependiendo de cómo seas, te conmueven poco o de plano no te conmueven.
Esa tarde no comí nada, tenía arcadas, me tome unos cuantos tequilas, quizás mas de la cuenta, y jure que nunca mas presenciaría por gusto una salvajada similar. Y a pesar de los tequilas lo he cumplido.
Que algunos (que son muchos) defiendan las corridas de toros como una tradición fundamental en la cultura española me parece patético; lo mismo podrían argumentar los pueblos de el África subsahariana que aun practican la aberrante ablación, que es una tradición milenaria para ellos, solo que ellos no lo hacen en un foro público ni cobran por mirar como “castran” a las niñas. Ya se que algún jilipollas saltara y espetara algo así como “¿Cómo se te ocurre comparar a un animal con un ser humano inocente?”, y yo contestaría que, aparte de que el toro también es un ser inocente, no comparo a las victimas, si no a la tortura. ¿Y a ti te gustan los toros?...
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