Viñeta: "Las orejas al lobo"/@imanolgarala abril 2020 |
Del estado de emergencia y del
confinamiento que conlleva saldremos tarde o temprano, como de la crisis
sanitaria que lo ha provocado, ya sea porque se consiga aplanar la curva de
contagios lo suficiente o porque se logre desarrollar y probar una vacuna
eficaz que procure la inmunidad masiva a la pandemia, aunque esto último,
desgraciadamente, tardará aún muchos meses en suceder, por muy rápido que se esté
avanzando a este respecto en distintos puntos del planeta. En fin, que
saldremos de esta, estoy convencido, porque no puede ser de otra forma, pero
¿cómo saldremos? Nos quedan aún al menos 2 semanas más de confinamiento, al
menos, porque es probable que estemos solo a la mitad y no comencemos a hacer
vida “normal” hasta mayo, ya lo iremos viendo. Y cuando todo pase, cuando nos
enfrentemos a esa nueva y desconocida “normalidad” ¿habremos aprendido algo?
¿Nos habremos dado cuenta de lo urgente que es cambiar nuestro modelo de
socio-económico? ¿De que no es posible seguir priorizando lo privado sobre lo
público en lo esencial? Y me refiero, por supuesto, a la sanidad, pero también
a la educación, a la vivienda, a la dependencia… Es decir, al estado de
bienestar.
Las y los que hacen política en
este país (y en Europa entera) tienen la obligación de hacerse esa reflexión ahora
y sobre todo después, en esa futura, pero próxima, “normalidad post-pandémica”;
de hacerse esa reflexión y de poner manos a la obra en beneficio de la sociedad
que les toca guiar, ya sea desde el papel de gobernantes o bien desde el papel
de legisladores. Pero es esa sociedad la que verdaderamente debe coger las
riendas de su futuro, somos nosotros, los ciudadanos los que debemos
preguntarnos si hemos aprendido algo de todo esto. Somos nosotros los que
decidimos quien y como nos gobierna o al menos así debe ser, somos nosotros los
que hemos permitido, durante años, que nuestra sanidad pública sufra recortes
mortales y ahora estamos pagando las consecuencias, somos nosotros los que
hemos permitido que esos mismos recortes se aplicarán a la educación y a todo
lo público ¿Por qué? Porque es más fácil acatar que pensar, obedecer que
exigir, es más fácil culpar a otros que asumir nuestra responsabilidad. Hoy
culpamos al gobierno de haber actuado tarde, de no confinarnos antes, o de
confinarnos demasiado tiempo, de extender el estado de alarma o de no hacerlo;
reclamamos medidas, pero no estamos dispuestos a asumir sus consecuencias.
De esta crisis hay muchos
responsables, somos casi 40 millones de responsables, cuando asumamos esa
responsabilidad estaremos preparados para enfrentarnos a lo que vendrá después del
COVID-19. Estamos viendo cómo se desbordan los hospitales, las Unidades de
Cuidados Intensivos, como se acumulan los féretros en aparcamientos
reconvertidos en improvisados tanatorios, como se destapan las carencias y las
negligencias de los geriátricos públicos (y sobre todo privados); y todo eso es nuestra
responsabilidad, por haber dado nuestro visto bueno cuando se priorizó el
rescate financiero sobre la financiación de la sanidad y la dependencia, en
definitiva cuando se ponderó al capital sobre las personas.
Algo tienen en común los
neo-liberales, los neo-conservadores y la nueva extrema derecha (a parte del discurso
populista y su afición por general bulos): Todos ellos ponderan la inversión
privada en detrimento de la pública, respaldándose en discursos maniqueos donde
se da por hecho que lo público es ineficiente y de mala calidad e invertir en
ello solo sirve para alimentar la corrupción y enriquecer a la clase gobernante.
Este es el relato que Cs, PP y VOX han diseminado entre la población española
durante años; relato falaz, mentiroso, como estamos viendo: La Sanidad pública
es la que está dando la talla en esta crisis, a pesar de recortes y saqueos.
En la nueva “normalidad” que nos
espera después del coronavirus, la economía estará muy lastimada, como nunca la
ha visto nuestra generación, y habrá que reactivarla, ¿cómo lo haremos?,
¿volveremos a permitir que la riqueza que se genere con nuestro trabajo quede
en manos de unos pocos y que sean ellos los que establezcan las reglas del
juego? ¿O seremos capaces de redistribuir la riqueza de forma más justa
primando lo público sobre lo privado?
Ya le hemos visto las orejas al
lobo, si no nos movemos, y rápido, al final nos comerá.
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