Hoy no hablaré de Catalunya, ya
me han cansado: Los políticos con su mesianismo, con su victimismo, con su
autoritarismo… Los periodistas con su amarillismo, con su complicidad con los
políticos, con su soberbia… La gente con su profunda ignorancia, con su tozudez,
con su visceralidad… Ya me ha cansado el procès,
metéroslo en el cajón de los tiliches*.
Hoy voy a hablar de cosas que os parecerán
menos importantes, porque como comenté en el post anterior, lo verdaderamente importante
es Catalunya, ¿cómo no?, lo demás es lo de menos. Pero mira por donde hoy voy a
hablar de lo de menos, de las 56 mujeres asesinadas durante el 2017 en España víctimas
de la violencia machista, si de la violencia MA-CHIS-TA y no violencia de género.
Aún no entiendo por qué se empeñan en llamarla violencia de género, el uso de
ese término abre la posibilidad a que la violencia se ejerza de forma
bidireccional y no es así: Siempre, la violencia entre dos personas de
diferente sexo la ejerce un hombre sobre una mujer, siempre; y cuando no es
así, estamos ante un caso anecdótico. Porque la violencia machista no solo es física,
también es psicológica, social, laboral, y quizás estas formas de violencia
sean muchísimo más frecuentes en esta sociedad y estén menos cuantificadas.
Porque, aunque a los y las
defensores y defensoras de términos como “feminazis” ó “misandria” no les guste,
ésta es una sociedad falocrática donde desde pequeños, incluso sin quererlo, se
nos inyecta machismo directo en vena, estableciendo los “roles” que cada uno y
una ha de jugar en esta sociedad, incluso aunque esos roles puedan variar con
el tiempo y parecer “progres”, pues los niños seguirán siendo valientes y
fuertes protectores (aunque ahora también se les permita ser sensibles) y las
niñas seguirán siendo princesas débiles a quienes proteger (aunque ahora también
se les permita ser exitosas y luchadoras).
Cada día y en todo momento somos
testigos (cuando no los cometemos) de pequeños actos machistas, “micromachismos” les dicen, un voltear a
ver un culo, un bajar la mirada a un escote, contar un chiste “gracioso” pero misógino,
una charla “entre hombres” sobre “lo buena que esta…”, un comentario en el
trabajo sobre si el mal humor de “tal persona” es porque “tendrá la regla”,
etc. Todo esto también es violencia machista, todo esto la normaliza y hace que
la sociedad no se conmueva ante las estadísticas de 56 mujeres asesinadas por
su condición de mujeres.
También es violencia machista cuando
aquel adolecente le pide el móvil a la novia para “revisarlo” ó cuando el preadolescente
hostiga “por hacer la gracia” a otra preadolescente, metiéndose con su físico.
Y cuando encendemos la tele y
miramos un anuncio de colonia donde se “cosifica” a la mujer, y en este caso
seguro que aquellos defensores de la “igualdad” que llaman feminazis a las
feministas dirán “¡hey, también se cosifica a los hombres en ese tipo de publicidad!”…
Pues no, no es verdad, porque esta tan normalizada la violencia machista que el
espectador masculino al ver a un congénere ser “usado” o “abusado” por una
mujer en un anuncio no lo percibe como una agresión, lo percibe como una
situación morbosa y satisfactoria. En la calle, cuando una mujer camina sola de
noche y un hombre la acosa, aunque sea verbalmente y a mucha distancia, la
mujer siente miedo, rabia; en una hipotética situación similar invirtiendo los
papeles el hombre nunca se sentirá vulnerable, incluso la situación le podría
resultar excitante. Porque la sociedad, durante cientos y cientos de años nos
lo ha enseñado así, nosotros dominamos, sometemos, y hasta que no seamos consientes
de ello y dejemos de alertarnos cuando se pondera el papel de la mujer en una
situación determinada, o cuando se reivindican sus derechos por encima de los
nuestros, no estaremos comenzando a avanzar hacia la igualdad de género.
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